sábado, 23 de marzo de 2024

¿Está España en guerra?

Asistimos a un lenguaje bélico y a una movilización de recursos económicos y militares a un nivel que nos debe llevar a preguntarnos si España está en guerra en marzo de 2024.

Habría que comenzar señalando que los países ya no declaran la guerra. Lo cierto es que la guerra está prohibida como forma de resolver conflictos entre Estados, la fecha se sitúa alrededor de 1945, con el planeta espantado con la segunda gran guerra europea y luego mundial, cuando Naciones Unidas apuesta en su Carta por el arreglo pacífico de las diferencias: "Las partes en una controversia cuya continuación sea susceptible de poner en peligro el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales tratarán de buscarle solución, ante todo, mediante la negociación, la investigación, la mediación, la conciliación, el arbitraje, el arreglo judicial, el recurso a organismos o acuerdos regionales u otros medios pacíficos de su elección".

Añade que "ninguna disposición de esta Carta menoscabará el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado contra un Miembro de las Naciones Unidas, hasta tanto que el Consejo de Seguridad haya tomado las medidas necesarias para mantener la paz y la seguridad internacionales".

Queda así reducida la utilización de la fuerza, entendemos que militar, a la legítima defensa, a las guerras civiles que aparecen en otro lugar (asunto interno) y a la fuerza aprobada por el Consejo de Seguridad. Pocas excepciones se pueden añadir, salvo el derecho de un  pueblo colonizado a liberarse, que se fue configurando en las décadas siguientes; y por el cambio de siglo apareció la injerencia humanitaria, la responsabilidad de proteger, que no ha acabado de cuajar tras la mala experiencia libia.

A pesar de lo que diga el derecho internacional y la ONU, la realidad es que las guerras existen y asistimos hoy en directo a dos especialmente cercanas en Ucrania y Palestina-Israel, coinciden en este tiempo ambos conflictos con nosotros, otra cosa es que nos estemos enterando de lo que está ocurriendo.

En este marco, la ministra de Defensa, Margarita Robles, declara a mediados de marzo de 2024 en una entrevista en La Vanguardia que "la amenaza de guerra es absoluta y la sociedad no es del todo consciente". Se lanza el mensaje de un peligro inminente y una ciudadanía despreocupada, que de ser ciertos ambos factores obligarían a una pedagogía permanente desde los ámbitos responsables de nuestra seguridad.

Se insiste a menudo en una ciudadanía menor de edad, inconsciente de los peligros que nos acechan, también se aplica la visión a Europa -entidad política infantil, al parecer, formada por Estados muy maduros-, a lo que habría que responder con respeto e información; la alterativa sería un discurso comprensible para un adolescente de 14 años, como se ha concluido de los mensajes de Trump, con variantes como 'los malos' que trufan también aquí muchas de las intervenciones públicas de nuestros uniformados.

"La amenaza es total y absoluta", se nos dice, "Europa tiene que ser consciente de que el peligro está muy cerca; no es una pura hipótesis, es real, la civilización puede ser atacada por personas sin escrúpulos como Putin".

En términos militares relacionados con la guerra en Ucrania la posición de España es coordinada e indistinguible de las organizaciones internacionales de las que formamos parte y con cuyos miembros nos une el compromiso de asistencia militar mutua, por el artículo 42(7) del Tratado de la UE y el artículo 5 del Tratado de Washington (OTAN), en el caso de recibir una agresión armada, se entiende, explícitamente o no, un ataque contra el territorio.

A tenor de las declaraciones públicas y la reacción en la práctica, en España, la UE y la OTAN hemos decidido aparentemente que la agresión rusa contra Ucrania de febrero de 2022 supone una amenaza existencial, sólo así se explican las actuaciones puestas en marcha; y resulta que una Ucrania hostil es percibida en Rusia también como una amenaza existencial. Con este escenario, y teniendo en cuenta la capacidad nuclear de ambos bandos, la victoria militar resulta imposible y entra como objetivo el desgaste del contrario a largo plazo.

La guerra en muchos casos puede ser un término utilizado en sentido amplio, así como se emplea para referirse a la guerra contra el tabaco, la obesidad o la diabetes. Aunque ni en este sentido metafórico convendría relajarse pues aquella autodenominada guerra contra el terror, la  utilización del terrorismo como marco para justificar operaciones militares, amparó desde comienzos de siglo conflictos armados cuyo balance ha superado con creces el millón de muertos, principalmente en Irak, Afganistán y Siria.

España tiene en la actualidad 622 militares desplegados en Letonia, país fronterizo con Rusia, contingente que incluye carros de combate; y se acaba de completar el despliegue de 700 militares y 250 vehículos del Ejército de Tierra en Eslovaquia.

España tiene previsto además durante 2024 el despliegue de ocho cazas en Letonia y en Rumanía, en rotaciones de cuatro meses que suponen el traslado de 150 militares. A lo anterior se suman 40 militares españoles en Rumanía operando un radar, país fronterizo con Ucrania y el mar Negro.

En cuanto a la Armada, España asumió el mando este mes de enero de la Agrupación Naval permanente número 1 de la OTAN, que moviliza al menos a otros 400  militares españoles y opera en el mar del Norte.

El esfuerzo económico en Defensa, el apoyo a Ucrania, los sistemas de armas propios y compromisos de gasto están siendo también intensos. Sólo mencionar que con el presidente Sánchez el presupuesto del Ministerio de Defensa se ha incrementado alrededor del 50% en apenas un lustro; más una larga serie de acuerdos del Consejo de Ministros  de adquisición de nuevos sistemas de armamento que pueden sumar alrededor de 20.000 millones de euros que se pagan a medio y largo plazo. El silencio de la oposición conservadora lo convierte probablemente en el mayor acuerdo político no expresado en el país, toda vez que el PP ha decido dinamitar Europa como espacio compartido.

Visto lo visto, ante la pregunta inicial habría que responder provisionalmente que sí, España participa activamente en una guerra, aunque delegada, 'guerra proxy', que llaman, apoyamos con todos los medios económicos y armamentísticos, incluso formamos a militares ucranianos en territorio nacional, pero la primera línea de combate y las víctimas mortales las pone otro.

España está en guerra, teniendo en cuenta recursos económicos, armamentísticos y militares desplegados, también según los recursos dialécticos, retóricos; y el salto a una guerra convencional lo marcarían los fallecidos propios, que podrían producirse por combates con tropas españolas sobre el terreno en Ucrania (hasta hoy no contemplado, aunque se reconoce que ya hay militares de países miembros de la OTAN), por ataques recibidos en aguas o países vecinos a Rusia donde operamos, por ataques rusos a objetivos militares en España en caso de una escalada que se podría producir por decisión consciente de las partes o por chispa accidental.

Ante el panorama descrito se requiere trasladar a la ciudadanía mensajes complejos, promover el debate público y parlamentario, ingredientes no muy utilizados en asuntos relacionados con la Defensa, la seguridad y las Fuerzas Armadas, que suelen vivir más cómodamente en la ausencia de explicaciones y sin rendición de cuentas de decisiones tomadas.

La permanente minoría de edad de la sociedad española en materia de seguridad se podría afrontar con educación ciudadana, formación y responsabilidad política y técnica, por probar, y luego analizamos resultados.

Hasta que ocurra nos quedamos con algunas certezas: la seguridad de que nos hacemos preguntas, el  gasto público en ascenso, la imposible victoria militar sobre Rusia; tenemos certezas como la ausencia de declaración de guerra, la ausencia de debate y de muertos propios; y que la situación es tan explosiva que el equilibrio actual podría estallar en cualquier momento.

La gran incógnita es la cantidad de recursos que se están dedicando para el día después, para adelantar escenarios alternativos o construir la futura relación de vecindad entre la UE y Rusia.


domingo, 10 de marzo de 2024

Palestina en Eurovisión

Resulta que Australia participa en el festival de Eurovisión desde 2015. Son más de 17.000 kilómetros los que separan Zahara de los Atunes y Camberra, ¿cuál es entonces la explicación? Pues porque nos gusta y porque nos divierte, que cantaban Los Ronaldos, más una pizca de historia inglesa y porque son de origen mayoritariamente europeo, fruto de un tipo específico de colonialismo anglo que desplaza a la población local, hacia otros lugares u otros mundos, y sitúa a colonos, que hoy mismo podemos contemplar en algunos lugares de Oriente Próximo.

La trayectoria de Israel en el Festival Europeo de la Canción es aún más larga, se remonta a 1973, año recordado por la guerra del Yom Kipur, el Gran Día (en árabe se dice muy parecido) de fiesta que los vecinos aprovecharon para atacar, una actuación que hoy pertenece a la arqueología política de las cosas imposibles que vuelvan a suceder.

Israel ha llegado incluso a ganar Eurovisión en cuatro ocasiones. Destaquemos entre sus representantes a la cantante israelí Noa en 2009, artista de origen familiar yemení, podríamos considerarla una judía árabe, familia de religión judía y cultura árabe, como cientos de miles de habitantes de Oriente Próximo y Mágreb durante siglos, hasta los años sesenta del siglo pasado.

Australia e Israel son la muestra de que Europa es más que un marco geográfico, es una idea política, garantía de Derecho, libertades y desarrollo para sus nacionales, no llega a ser un estado de ánimo, como se dice de Tánger, pero se acerca, e incluye en el club a quien le apetece, y excluye por los mismos motivos aunque el candidato sea tan europeo como Turquía.

La Unión Europea de Radiodifusión dice regirse por normas, y una de ellas prohíbe y sanciona las manifestaciones políticas. La edición del Festival Europeo de la Canción de 2024 (Malmö, Suecia, en mayo, tras ganar en la edición pasada la cantante Loreen, sueca de origen marroquí) ha nacido ya con cierta polémica a cuenta de la participación de Israel, el contenido de su participación -les han forzado a cambiar tema y letra- y las llamadas a su exclusión.

Con más de 31.000 muertos encima de la mesa en seis meses de violencia extrema, muchas voces defienden la expulsión de Israel del certamen, como se hizo hace dos años con Rusia. 

La Unión Europea de Radiodifusión (EBU-UER) anunció en 2022 el boicot a la participación de Rusia en el Festival de la Canción de Eurovisión de ese año porque "a la luz de la crisis sin precedentes en Ucrania, la inclusión de una participación rusa en el Concurso de este año desacreditaría la competencia" (quizá quisieron decir competición).

"La EBU es una organización apolítica de emisoras comprometidas con la defensa de los valores del servicio público", decían de sí mismos. "Seguimos dedicados a proteger los valores de una competición cultural que promueve el intercambio y la comprensión internacionales, reúne al público, celebra la diversidad a través de la música y une a Europa en un mismo escenario", justificaban la exclusión.

El distinto tratamiento a Rusia e Israel en el concurso alimenta la visión muy real de doble moral por parte de la organización, opinión muy extendida fuera de lo que se ha venido en llamar Occidente, otra etiqueta no geográfica.  Sobre la politización del festival, recordemos que Ucrania venció en la edición de 2022 por motivos extra musicales, muy políticos, para regocijo generalizado.

Para completar el contexto, recordemos que Islandia, pequeño y poco habitado país al norte de todos los nortes, conocido por producir a Björk y otros músicos inclasificables, fue multada en 2019 por la organización del festival porque sus participantes exhibieron una bandera palestina. Este 2024, un cantante palestino ha estado a punto de ganar la representación del país en Eurovisión, ha quedado segundo en el espectáculo de selección, con un tema cantado en islandés, pues en Islandia y otros sitios es el idioma lo que mejor representa la identidad cultural, más allá del origen y lugar de nacimiento del cantante.

Defendamos desde aquí el arte, la cultura y el deporte al margen de consideraciones políticas, defendamos la participación libre de cualquiera al margen del comportamiento de los dirigentes de su país, algunos recordamos vagamente en nuestra infancia el boicoteo mutuo de EEUU y la URSS a sus juegos olímpicos respectivos.  Ahora bien, si excluimos debiera aplicarse la nueva regla a todo caso.

Difícil evitar en la edición de 2024 la contaminación política palestina  del concurso, por los muertos, por los prolegómenos, por el Benidorm Fest islandés, por la pegatina de los Goya, porque es la actualidad y los artistas suelen ser gente sensible a las tragedias y a la actualidad.

Separar cultura y política es imposible hasta en Eurovisión, con su defensa por ejemplo edición tras edición de opciones sexuales no convencionales, eso es política con mayúsculas, y la participación de Israel también lo es.

Desde esta columna lanzamos una petición a la Unión Europea de Radiodifusión: que se estudie la participación de Palestina en próximas ediciones del concurso, si llegara algún día a materializarse esa idea de los dos Estados vecinos. Comparte espacio geográfico con Israel, Mediterráneo con Europa, comparte monoteísmo, cercanía también cultural y condición de víctima de una limpieza étnica, en su caso en marcha.

O mejor propuesta aún, que la representación de un futuro único Estado democrático y aconfesional que integre a todos los ciudadanos de la Palestina histórica, independientemente de sus creencias, se alterne un año en hebreo y otro en árabe, o una estrofa en cada idioma.

Lo que está claro es que tanto derecho como cualquiera tienen los palestinos a estar presentes en Eurovisión, y hasta que sea con música ya están allí políticamente instalados, muy especialmente en la edición de 2024.

Artículo publicado también en La Hora Digital.


martes, 13 de febrero de 2024

Desinformación y urnas


La desinformación representa un fenómeno de tal relevancia que sobrepasa los marcos habituales de acercamiento y análisis, excede el ámbito de la seguridad en el que normalmente se nos envuelve; es importante porque va más allá de malvados agentes extranjeros tratando de manipular nuestra mente, insistamos en que hay mucho desinformante en nuestra cercanía. La desinformación es un problema de información y de comunicación, alimento esencial para los ciudadanos en un sistema democrático.

Comenzamos este 2024 con numerosas citas electorales en medio planeta, este febrero al Parlamento gallego, en junio al Parlamento Europeo, en noviembre se celebran presidenciales en Estados Unidos, más otras geografías más lejanas, y las elecciones son un momento especialmente sensible para desinformar en general y también para desinformar sobre desinformación.

Los últimos episodios nos alertan sobre los intentos de procedencia rusa de desinformación con el proceso independentista catalán de escenario, campañas que se mezclan interesadamente con contactos entre líderes nacionalistas y responsables rusos de quinto nivel, todo bajo el paraguas de estrategias híbridas en la llamada zona gris, obviando que en todo lo relacionado con Rusia hace ya dos años al menos que hemos pasado directamente de la sutileza del gris al negro de los disparos de artillería.

Siete años han transcurrido ya desde aquellas declaraciones de independencia en Cataluña que hoy no se producen y poca luz se ha arrojado sobre una trama rusa. Habría que distinguir en este sentido entre campañas políticas/partidistas contra Pedro Sánchez, contra Putin-Rusia, y las campañas específicas de desinformación, de las que lo poco conocido no justifica un alto grado de preocupación, otra cosa es que medios de comunicación normalmente rigurosos (en España y EEUU) se hayan prestado a inflar el globo. La desinformación, en este caso y muchos otros, es instrumento vicario para dirigir el foco hacia otro asunto.

Cataluña se conecta en las últimas semanas con el Parlamento Europeo, relación nada espontánea ya sea por amnistía, fondos europeos, agricultura y lo que venga, muchos están buscando ese altavoz de la política nacional en sede comunitaria a riesgo de romper la ficción en la que vivimos de que Bruselas/Estrasburgo era un ámbito apartidista. Suele también aparecer frecuentemente un comisario griego muy interesado en la actualidad española y muy ligado al Partido Popular, ligación biográfica y laboral.

Concretando, el Parlamento Europeo aprobó este 8 de febrero de 2024 una Resolución "sobre la trama rusa: acusaciones de injerencia rusa en los procesos democráticos de la Unión Europea", con muchos ingredientes. Se trata de un pronunciamiento político, nada que ver con una investigación, no es su tarea, lleno de sugerencias, condicionales, referencias a artículos periodísticos y expresión de preocupaciones; porque eso es lo que hacen los parlamentos, representar políticamente al ciudadano, debatir, controlar a su Gobierno cercano, legislar e instar a sí mismo y a otros a hacer algo.

El contenido hispano se encuentra en un punto de esa Resolución que tiene 27, donde se señala que el Parlamento Europeo "expresa su profunda preocupación por las supuestas relaciones entre los secesionistas catalanes y el Gobierno ruso; observa que, de confirmarse, la injerencia rusa en Cataluña formaría parte de una estrategia rusa más amplia para promover la desestabilización interna y la desunión en la UE; expresa su profunda preocupación por las campañas a gran escala de desinformación que Rusia ha llevado a cabo en Cataluña, así como por los supuestos intensos contactos y el número de reuniones entre los agentes responsables de la injerencia rusa con representantes del movimiento independentista y del Gobierno regional de la Comunidad Autónoma de Cataluña -añade-; pide a las autoridades judiciales competentes que investiguen eficazmente las conexiones de los diputados al Parlamento Europeo supuestamente relacionados con el Kremlin y los intentos de desestabilización e injerencia de Rusia en la Unión Europea y sus Estados miembros; lamenta todos los ataques contra los jueces que investiguen cualquier actividad de injerencia; pide que los asuntos de los diputados catalanes al Parlamento Europeo en cuestión se remitan al Comité Consultivo sobre la Conducta de los Diputados" (cursivas no en el original).

La única afirmación rotunda del párrafo son "las campañas a gran escala de desinformación que Rusia ha llevado a cabo en Cataluña", sin que existan ni se aporten hasta el momento pruebas conocidas de tanta rotundidad. Aunque sería discutible el volumen, en asuntos de desinformación se suele además confundir tamaño con efecto o efectividad.

En la exposición de motivos de la Resolución se acude como fuente de las sospechas a "algunas informaciones periodísticas", a "las informaciones de diversos periodistas de investigación", a una reunión de Puigdemont con un exdiplomático ruso, que un juzgado de Barcelona ha prolongado una investigación seis meses,  se incluye que "representantes de un grupo de secesionistas catalanes de España que han mantenido relaciones con personalidades cercanas al Kremlin exigen que se les conceda una amnistía por sus presuntos delitos".

La Resolución tiene otros contenidos que no han sido destacados especialmente, como las sospechas de relaciones con el Kremlin -"al servicio de intereses rusos" es la expresión- de una eurodiputada letona, se insiste mucho sobre esta eurodiputada (a propósito, ¿en qué quedó aquel escándalo bien fundado de patrocinio de Qátar y Marruecos a eurodiputados?); aparecen en la misma Resolución las relaciones de Moscú con la extrema derecha en varios países europeos.

El Parlamento Europeo "expresa su especial preocupación ante informes recientes según los cuales las autoridades rusas están proporcionando relatos específicos a partidos políticos y agentes de extrema derecha de diferentes países de la Unión, en particular Alemania y Francia", relatos y financiación, se podría añadir porque se menciona en otro lugar, y se cita también entre los supuestos beneficiarios a la extrema derecha italiana.

De gran interés es la referencia crítica con la plataforma conocida como Twitter, que ha pasado de gran colaboradora con las autoridades comunitarias a otra posición hostil tras la toma del control de la empresa por Elon Musk a finales de 2022. El Parlamento en este momento "observa con preocupación que X ha dejado de seguir el Código de Buenas Prácticas en materia de Desinformación voluntario; manifiesta su preocupación por la propagación de la desinformación y los contenidos ilícitos en la plataforma".

Finalmente la Resolución del Parlamento Europeo "subraya el papel clave del periodismo de investigación a la hora de revelar los intentos de injerencia extranjera y actividades encubiertas; reitera su petición a las instituciones de la Unión y a los Estados miembros para que garanticen una financiación suficiente y sostenible destinada al periodismo de investigación", signifique lo anterior lo que signifique.

El Parlamento Europeo ha puesto este febrero de 2024 una percha para hablar de desinformación y sea bienvenida; junto con otras como la reciente ley europea de Libertad de los Medios de Comunicación; las relaciones de diversos departamentos de la UE con las plataformas digitales; o en territorio patrio los estudios patrocinados por el Departamento de Seguridad Nacional (Presidencia del Gobierno) recientemente presentados, con un riesgo no tanto de sesgo partidista como de sesgo securitario, porque es quien financia.

Estaremos atentos en cualquier caso durante este año electoral a los temas de desinformación, las campañas detectadas (el mundo digital deja huella de todo lo que ocurre, aunque se puede difuminar la procedencia) y los colaboradores necesarios en territorio nacional, agentes políticos y medios de comunicación. Existen también campañas y no pocas hispano-españolas.

No se habrá avanzado significativamente en temas de desinformación hasta que sus impulsores políticos no tengan un castigo electoral y los colaboradores mediáticos reciban el descrédito reputacional y de audiencia. Buen año entonces este 2024 para reaccionar, porque sin condena social y ciudadana la manipulación informativa se seguirá practicando.

Artículo publicado también en La Hora Digital.

lunes, 30 de octubre de 2023

Gaza 'mon amour'

Octubre de 2023 marca un nuevo episodio de violencia generalizada en Israel-Palestina a partir de un ataque sorpresivo y criminal de Hamás contra población civil (y militar) israelí desde Gaza y una respuesta brutal por parte del ejército israelí que continúa tres semanas después del origen, con un millar de víctimas israelíes y siete veces más palestinas.
La explosión de violencia genera condenas, posicionamiento; pero en un marco más general provoca una demanda de información y explicación. Comparto unos apuntes previos sobre el conflicto, un par de películas sobre Gaza y un intento de arrojar algo de luz sobre cinco ámbitos: momento, colonialismo, terrorismo, instrumento militar y futuro.
Es conveniente analizar el día antes de la explosión y el día después a que callen las armas, y una declaración de principios que publicaba la periodista Ana Iris Simón recientemente en El País: “Ninguna causa es lo suficientemente justa como para asesinar un solo niño en su nombre, ni siquiera vengar la muerte de otros niños”.
Como acotaciones muy generales cabe en primer lugar llamar la atención sobre la densidad de acontecimientos y lo reducido del espacio, condiciones histórico-físicas que incrementan los intercambios, la complejidad y la incertidumbre. La Palestina histórica equivale en kilómetros cuadrados a la provincia de Badajoz, y siempre es interesante recordar que los territorios ocupados y admitidos por los palestinos para un hipotético Estado suponen el 22% de esa superficie.
Cabría decir también al comienzo de este artículo que no se trata de un conflicto eterno, irresoluble, bíblico, incomprensible, interpretación que genera hastío y aleja de cualquier intento de comprensión del fenómeno. Se trata por contra de un conflicto eminentemente político, fácilmente acotable su recorrido en el tiempo -nada empezó el 7 de octubre- con una fecha clave marcada por la llamada Declaración Balfour de 1917, por la que Gran Bretaña se comprometió a facilitar la instalación del hogar nacional judío en Palestina. El conflicto es abordable porque nos resulta cercano y familiar en su origen, muy europeo, a partir de actuaciones e ideología como la ocupación colonial de un territorio y el nacionalismo.
El conflicto palestino-israelí no es religioso (existen palestinos de las tres religiones monoteístas e incluso ateos), no es una guerra entre Estados. El conflicto afecta directamente a unos 12 millones tanto de judíos como otros tantos palestinos -las dos comunidades están igualadas en número-, la mitad de ellos residentes en la Palestina histórica y la otra mitad en el exterior, llámese exilio, emigración o diáspora.
Como última acotación previa, y los sucesos de octubre lo confirman, nos encontramos ante un escenario dinámico, lo que implica que la visión o planteamiento de hace cincuenta años probablemente no sirva para el presente. A lo largo ya de más de un siglo se han tomado cientos de decisiones políticas que han provocado la situación actual, esas decisiones podían haber sido otras.

Ficción

La primera reacción personal en caliente fue buscar papel escrito en la estantería, pero antes... en el televisor. Desde estas plataformas de contenidos sin fondo ni bibliotecario a las que tenemos acceso desde el sofá aparecieron dos películas de ficción:
  • ‘Un fin de semana en Gaza’. Reino Unido, 2022. Argumento: un periodista británico (y su pareja israelí) intenta escapar de Israel después de que la ONU imponga restricciones al tráfico aéreo y marítimo debido a la propagación de un virus. Gaza se convierte en el lugar más seguro de la región. Acabarán saliendo por Ráfah hacia Egipto.
  • ‘Gaza mon amour’. Coproducción Palestina-Francia-Alemania-Portugal-Qátar, 2020. Argumento: Gaza, hoy. Issa, un pescador de sesenta años, está secretamente enamorado de Siham, una mujer que trabaja en el mercado con su hija Leila. El descubrimiento de una antigua estatua de Apolo en sus redes de pesca cambiará su vida para siempre. Curiosamente, su confianza comienza a crecer y finalmente decide acercarse a Siham.
No es buena idea acudir a la ficción para encontrar análisis y explicación al conflicto israelo-palestino, aunque estas dos películas revelan algunos puntos de interés, como que hace un par de años se podían situar comedias en Gaza (resultaría impensable una comedia localizada hoy en Ucrania), síntoma evidente de una ocupación normalizada, estaba asumida su precariedad, sus dos millones de habitantes enjaulados. Choca la violencia informativa actual y la cotidianidad del cine, donde asoman muchos policías palestinos, la obsesión por los papeles, puetos de control, cortes de luz y personas. Lo más sorprendente es compartir vivencias familiares, amorosas, picaresca incluso, con palestinos e israelíes de protagonistas. La normalidad informativa es bien distinta, los palestinos aparecen siempre muriendo, gritando o rezando; la deshumanización del adversario es criterio básico en cualquier conflicto. La cultura puede ser también un instrumento de conocimiento y muchas veces de propaganda -no en las películas referidas-, Paul Newman e Ingrid Bergman han hecho más desde la gran y pequeña pantalla por la causa sionista que algunas campañas militares.
A continuación cinco acercamientos al conflicto con el objetivo de entenderlo algo mejor.

1 - Realidad - Momento

La explosión de violencia en Israel-Palestina de este otoño de 2023 se produce en el año en que se cumplen 75 del nacimiento del Estado de Israel y los palestinos denominan Nakba (catástrofe en árabe), referido en este caso a un proceso de limpieza étnica más amplio y los efectos de 1948.
Asimismo se cumplen 30 años de la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, hasta el momento el intento más serio de encontrar una salida al conflicto, si bien bajo unas premisas que han derivado en un punto muerto. Oslo establecía el principio de dos Estados vecinos, pero marcaba un proceso, no un punto final, que debía avanzar y no lo hizo, y dejaba para una fase última el acuerdo nunca alcanzado sobre Jerusalén, fronteras, seguridad, soberanía y retorno de ciudadanos expulsados del territorio.
Los acontecimientos de octubre de 2023 se producen en uno de los años más violentos de los últimos lustros (250 palestinos muertos violentamente hasta el día anterior al ataque de Hamás).
La realidad geopolítica era que Palestina y los palestinos habían desaparecido de la agenda como problema internacional urgente de resolver, mientras que los análisis se centraban en el aparente próximo acuerdo entre Israel y Arabia Saudí, en el marco de unos acuerdos de Abraham con los que Israel pretendía estrechar relaciones con los países árabes (conseguido con Emiratos, Bahréin, Sudán y Marruecos) y suponían en esencia solucionar el problema palestino con alguna inversión y sin contar con los palestinos. Nadie ha recordado en las últimas semanas que Arabia Saudí e Irán restablecieron relaciones diplomáticas en el cercano mes de marzo con la mediación de China, movimiento sorprendente en la región que muestra actores y acercamientos no previstos.
Muchos factores pueden definir el momento previo a la última explosión de violencia, como las crecientes provocaciones en la explanada de las mezquitas de Jerusalén por parte de extremistas judíos, lugar de simbolismo extremo como tercer lugar santo del Islam; origen de la segunda intifada en 2000 tras sucesos similares; la cúpula de la Roca figura en el logo de Hamás y en la pared de la mitad de los hogares palestinos.
Añadamos al momento la previsible anexión ilegal de Cisjordania por parte del Estado israelí (como ya ha hecho con Jerusalén y los Altos del Golán);  y las divisiones de un liderazgo palestino desacreditado, lo que abre la sucesión no lejana de Mahmud Abbás.
En octubre de 2023 se produce un distanciamiento creciente y preocupante entre la dirección política y los ciudadanos en los territorios palestinos ocupados, también en Israel (manifestaciones multitudinarias desde enero), en los países árabes vecinos y no tan vecinos.
Finalicemos este apartado con la próxima convocatoria de elecciones en 2024 tanto al Parlamento Europeo como a la presidencia de Estados Unidos, lo que explica visitas recientes, apoyos incondicionales y el movimiento de varios actores en el desarrollo próximo del conflicto.

2 - Colonialismo

No es posible entender el conflicto israelo-palestino sin tener presente que en su origen y desarrollo, hasta el día de hoy, es un fenómeno colonial, con todos sus ingredientes: existen colonizadores, colonizados y colonos, de estos últimos hasta 750.000, con un comportamiento extremo. Existen ocupantes y ocupados. Existen presos sin cargos y presos con cargos. Existen detenidos menores de edad bajo jurisdicción militar y no detenidos. Existen agresores y agredidos. Existe la vieja fórmula de fragmentar al colonizado geográfica y jurídicamente.
El proceso es claro, y por supuesto tiene sus peculiaridades, una no menor es que llegó tarde, al menos cien años: en 1947 el Reino Unido se retira de la India, y ese mismo año se aprueba en Naciones Unidas la resolución 181 que establece un Estado judío y otro Estado palestino en la superficie del mandato británico.
Convengamos que en el siglo XIX poca gente conocía lo que hacía el rey de los belgas Leopoldo sobre los congoleños, y a nadie le importaba, circunstancias de conocimiento e interés que han ido cambiando a lo largo del siglo XX y del siglo XXI. Imposible imponer una realidad colonial en una época poscolonial, y eso se ha ido intentando en Palestina por el proyecto colonial sionista primero apoyado por la primera potencia mundial que era el Reino Unido; y luego a partir de los años sesenta por la primera potencia mundial que era y sigue siendo Estados Unidos.
Añadamos a las peculiaridades que se trata de un tipo específico de experiencia colonial conocido y estudiado como colonialismo de asentamiento, de raíz británica, que pretende en último término expulsar o aniquilar al colonizado, con referencias históricas reconocibles en EEUU, Canadá, Australia o Nueva Zelanda. 
Finalicemos este epígrafe con la obviedad de que en todas las experiencias coloniales el colonizado se acaba rebelando contra el colonizador; y no menos importante, que el colonialismo acaba pasando factura al colonizador, en forma de militarismo, degradación del Estado, extensión de la violencia y reducción de derechos ciudadanos.

3- Terrorismo

No existe una definición internacionalmente aceptada y vinculante del término terrorismo, en tratados y análisis se impone la interpretación de parte y sorprende la ausencia clamorosa del terrorismo de Estado.

En cualquier caso el terrorismo se reconoce, definámoslo informalmente como una táctica, no una ideología, caracterizada por el uso de la violencia física contra civiles para conseguir objetivos políticos y tiene siempre una organización detrás, este invento de los 'lobos solitarios' (de distinto tratamiento aparezcan en Haro o Algeciras) está cogido con alfileres.

Identificamos sin duda como una acción terrorista el ataque de Hamás del 7 de octubre, cumple la definición, asesinato de civiles israelíes; y los mismos ingredientes y catalogación podríamos aplicar al atentado por milicia sionista en 1947 al cuartel general británico en el hotel King David de Jerusalén, con un centenar de muertos; a las actividades del Frente de Liberación Nacional Argelino en los cincuenta y sesenta y también a la represión francesa del independentismo argelino; violencia física contra civiles para conseguir objetivos políticos es la respuesta israelí al ataque de Hamás.

En cuanto a actores terroristas, digamos que Hamás es un agente relativamente reciente en este conflicto, surge a finales de los 80 al calor de la primera intifada, y se enmarca en un fenómeno del máximo interés como es el fracaso, por méritos propios e inducidos por terceros, del nacionalismo árabe laico de mitad del siglo pasado y su sustitución por un islamismo en ocasiones radicalizado.

Al margen del terrorismo, recordemos que desde Estados Unidos y Europa se ha hecho también todo lo posible para forzar el fracaso de cualquier experiencia política islamista no radical; y también que los actuales dirigentes por ejemplo en Túnez o Egipto han implantado unas dictaduras más represivas que los regímenes democráticos previos gobernados aunque fuera difícilmente por partidos islamistas.

Parece además claro que si el problema de seguridad de Israel es el terrorismo, en ningún caso este tipo de violencia se combate con cazas, bombardeos aéreos y carros de combate, cortes de alimentos y electricidad de millones de civiles, sino con inteligencia (en su doble sentido) y fuerzas policiales.

Apuntemos también que Hamás es un acrónimo cuya letra eme corresponde a la palabra árabe que significa 'resistencia', y este carácter de rebelión contra el ocupante lo comparte con Hezbolá, nacido y crecido contra la invasión por Israel del sur del Líbano durante dos décadas, nada que ver con otros grupos como Al Qaeda o el Estado Islámico. Se trata los primeros de dos movimientos políticos nacidos en el territorio, por palestinos en el caso de Hamás y no solo de Gaza, arraigados además por la vertiente social de este movimiento, en el marco de una estructura estatal inexistente, prestando servicios sociales y educación a una población desasistida.

Digamos finalmente que la fortaleza de Hamás es directamente proporcional al fracaso del proceso de paz de Oslo y el desprestigio de la mini Autoridad Palestina.

Y concluyamos recordando aquel gran avance político de la sociedad española al afrontar el terrorismo independentista cuando se popularizó aquello de "Vascos sí, ETA no"; con ese mismo espíritu podríamos hoy decir "Palestinos sí, Hamás no", "Judíos sí, Natanyahu no, colonialismo no". El antisionismo no es antisemitismo.

4 – Instrumento militar

Israel no cabe duda de que tiene la capacidad militar suficiente, y la impunidad internacional reconocida, para prolongar el conflicto unas décadas más e incluso para expulsar a un millón de palestinos al Sinaí, limpieza étnica como la ya ocurrida en 1947/48, aunque el foco mediático y la época en la que vivimos quizá no lo permitiría como en el pasado.

Lo relevante aquí es que Israel no afronta ninguna amenaza existencial. Los vecinos han sido progresivamente desactivados por acuerdos de paz (Egipto, Jordania); por guerras civiles y de agresión (Líbano, Siria); o por directamente invasiones (Irak).

El conflicto israelo-palestino no es una guerra entre Estados, entre ejércitos, fuerzas navales y aéreas que se enfrentan, lo que no impide que Israel cuente con unas fuerzas armadas con capacidad nuclear de las más potentes del globo; y un apoyo incondicional de la mayor potencia militar del planeta, reforzada por el crítico Obama con un acuerdo a diez años de 38.000 millones de dólares para tiempos de paz, y directamente sin límites para tiempos conflictivos.

De lo anterior, de la crisis actual en Palestina-Israel y también de la invasión de Ucrania cabe concluir o al menos plantearse el fracaso de la disuasión como uno de los pilares de la defensa militar. Ingentes presupuestos militares y una carrera de armamento en crecimiento no han impedido la actuación de Rusia ni de Hamás, lo que obligaría a replantearse algunos principios teóricos.

En este apartado de la seguridad, la defensa y su instrumento militar cabría señalar también cómo se han ido abandonando y desprestigiando las operaciones de paz amparadas por Naciones Unidas para estabilizar conflictos, para exportar por nuestra parte seguridad al amparo de una legalidad y legitimidad internacional que no existió en la invasión de Irak y hoy no es posible con un Consejo de Seguridad de la ONU bloqueado por Rusia si el tema es Ucrania, por Estados Unidos si el tema es Israel-Palestina.

Se dice que las operaciones de paz paran el reloj de un conflicto, los más de 600 cascos azules españoles en el sur del Líbano, encuadrados en una fuerza de diez mil actualmente comandados por un general español, han evitado el conflicto desde 2006 y es un gran logro, pero nunca solucionan el problema, la salida siempre es política; también lo será en el caso palestino.

5 - Futuro - Democracia

Un último acercamiento al conflicto palestino-israelí se debe dirigir al día después de los disparos, y su solución a largo plazo sólo puede ir ligada a la democracia.

Añadamos como aclaración que el conglomerado no geográfico que llamamos Occidente, Estados Unidos, Europa, las democracias reconocidas, no actúan democráticamente fuera de sus fronteras nacionales, aunque sí viaje en su discurso de valores y principios, y sólo vale mencionar para acreditarlo ejemplos como Guantánamo, Abú Ghraib, asesinatos selectivos, bombardeos de Irak o Siria desde hace años.

Recordemos que la República española no actuó democráticamente en el norte de Marruecos, quizá hubiera sido la historia diferente; que Francia no actuó democráticamente en Argelia ni con los argelinos en suelo francés.

E Israel no es una democracia para dos millones de sus ciudadanos que son palestinos, ni para los palestinos de los territorios ocupados. El sistema de discriminación racial institucionalizado conocido como apartheid define en buena medida la situación en Israel-Palestina, así lo han reconocido y documentado organizaciones de defensa de los derechos humanos locales (israelíes) y otras de trayectoria poco discutible como Amnistía Internacional o Human Rights Watch. Cabe recordar que la Corte Penal Internacional incluyó en 1998, en el Estatuto de Roma, el “crimen de apartheid” entre los crímenes de lesa humanidad (artículo 7). 

Como europeos que somos, acudamos a la Unión Europea y su estrategia global para la política exterior y de seguridad de 2016,  en la que leemos que "la UE promoverá un orden mundial basado en normas, con el multilateralismo como principio esencial y las Naciones Unidas como núcleo".

A octubre de 2023 se puede afirmar que el modelo Gaza, el confinar dos millones de personas sin salida y sin derechos, bombardeables regularmente, ha culminado sin éxito, y aún no sabemos qué formato lo puede sustituir.

A estas alturas y tres décadas desde su firma resulta evidente que los Acuerdos de Oslo son inviables, la solución de dos Estados independientes en el antiguo mandato británico en Palestina, probablemente el asesinato del primer ministro israelí en 1995 a manos de un terrorista israelí frustró el proceso en fecha tan temprana,  rematado en el año 2000 por Clinton-Ehud Barak. Hoy es inviable por la falta de voluntad y por la presencia en los territorios palestinos ocupados de 700 mil colonos radicalizados en su mayor parte que no se van a ir a ningún sitio.

El escenario local e internacional, como se apuntaba al comienzo, es dinámico. Se observan cambios en la visión del conflicto, generacional en cualquier geografía; especialmente en Estados Unidos, en el ámbito académico, existe ya una minoría en el Congreso norteamericano que hace oír voces alternativas sobre el conflicto; las encuestas registran un cambio entre los demócratas estadounidenses hacia posiciones más centradas y pro palestinas que en el pasado.

Existe desde hace tres lustros una campaña internacional surgida desde la sociedad civil de boicot, desinversión y sanciones (BDS), resistencia no violenta contra la ocupación israelí, similar a muchas otras practicadas en procesos de descolonización.

Y pensando en el futuro la solución al conflicto pasa por un único Estado democrático, con igualdad de derechos y obligaciones de todos sus ciudadanos. Ya existe un único Estado en la Palestina histórica, el reto es que sea democrático. Al diagnóstico generalizado de una situación actual de apartheid sudafricano le corresponde una solución sudafricana.

No cabe imaginar otra alternativa que una opción democrática de este tipo, apoyada ya hoy por la cuarta parte de los palestinos (los partidarios de los dos Estados no son muchos más), a la que habría que dedicar pedagogía y tantos esfuerzos como se hicieron en el proceso de Oslo. 

Conocemos ya el resultado de la opción realista que ha negado durante décadas la democracia y el derecho internacional en el conflicto palestino-israelí. La opción democrática no sería ingenuidad, sino actuar por interés, incluir el Estado de derecho entre nuestros intereses.


Artículo publicado también en la web Rebelión; y en infoLibre.


miércoles, 12 de julio de 2023

Condenado por derrotismo

El derrotismo, "actitud de desaliento o pesimismo en cualquier empeño", según definición de la RAE, está de actualidad en este ciclo electoral que incluye -al menos- las elecciones municipales y autonómica de mayo de 2023, las elecciones generales de julio de 2023 y probablemente alcance las elecciones al Parlamento europeo de junio de 2024, pesimismo general sobre el país, que no sobre la situación personal de cada uno; a nivel de partido político, pesimismo sobre los tuyos, que alcanza a no pocos en la izquierda jaleados en su desaliento por la derecha. El fenómeno no tiene delito, pero lo tuvo.

Sorprende / Resulta que el Código Penal Militar ha recogido hasta ya avanzado este siglo XXI el delito de derrotismo, según el texto vigente desde 1985 hasta 2015 (Ley Orgánica 13/1985, de 9 de diciembre), en el apartado de delitos contra la seguridad nacional y defensa nacional:

"Derrotismo. Artículo sesenta y cuatro.

El que, declarada o generalizada la guerra, con el fin de desacreditar la intervención de España en ella, realizare públicamente actos contra la misma o contra las Fuerzas Armadas españolas, será castigado con la pena de seis meses a seis años de prisión o con la de confinamiento o destierro. Con la misma pena será castigado el que en igual forma y circunstancias divulgare noticias o informaciones falsas con el fin de debilitar la moral de la población o de provocar la deslealtad o falta de espíritu entre los militares españoles.

En ambos casos, si el culpable fuere militar se impondrá la pena en su mitad superior.

La defensa de soluciones pacíficas a los conflictos no será considerada derrotismo bélico a los efectos de este artículo".

Sin desperdicio, todo magro. Agradezco el descubrimiento a Miguel Silva, memoria viva del Ministerio de Defensa español y colaborador necesario en la elaboración de la normativa que regula y ha regulado estas materias durante tres décadas, larga trayectoria hasta el punto de que ha tenido ocasión de enmendarse a sí mismo en claro ejercicio de salud mental, lejos de los anclados en la nostalgia.

El texto es asombroso, lleno de luces deslumbrantes y sombras tenebrosas, desde la guerra que ya nadie declara hasta la pena de destierro ("de tres meses y un día a seis años"), que provoca la cuestión sobre  adónde habría que enviar hoy a los condenados cuando Lanzarote o Fuerteventura se han convertido en destinos turísticos, quizá el destierro sería hoy el centro gentrificado de algunas grandes ciudades o la irrelevancia digital.

Antiguo y moderno al mismo tiempo, el Código Penal Militar durante 30 años muy recientes hacía referencia a quienes divulgasen noticias o informaciones falsas con el fin de castigar la moral de la población o erosionar el espíritu militar, con lo que el legislador se adelantó en varias décadas a la actual preocupación por la desinformación de civiles y militares, se adelantó al menos a penalizarlo, porque la solución sigue en busca y captura (algo tiene que ver la educación en la salida, la cívica y la reglada).

Se observa que los candidatos a condenados por derrotismo podrían ser civiles o militares, aunque juzgados por militares, mismo tribunal verde oliva que decidiría lo que fuera o no una noticia falsa.

Consuela en cualquier caso, pensando por ejemplo en la actual situación de guerra no declarada en Ucrania, que la defensa de soluciones pacíficas a los conflictos no sería considerada derrotismo bélico, con lo que los partidarios de una solución pacífica al conflicto en Ucrania podrían perfectamente salir del armario, con el actual y el anterior Código Penal Militar.

Desaparecida la pena, el derrotismo hoy sólo podría tener un castigo que sería la desafección de la mayoría, cosa que no se produce, porque el derrotismo propio siempre encuentra altavoces ajenos y uno se siente escuchado; y el derrotismo patrio se defiende con fecha de caducidad, hasta que los afines  ganen las elecciones y levanten el nuevo edificio desde los escombros actuales, es un decir.

Sobrevolando todo lo anterior se encuentra el mayor prestigio intelectual y social del pesimista sobre el optimista, aún en contra de las evidencias objetivas, parece que el derrotista es fruto de una profunda reflexión y quien destaca aspectos positivos se ha fumado alguna sustancia alucinógena.

El derrotista en cualquier caso se encuentra cómodo en su papel y recuerda a aquel 'cono del silencio' de Maxwell Smart, el Superagente 86 que entretuvo nuestra juventud televisiva, que se cubría con una campana precaria de metacrilato cuando quería mantener el secreto de sus conversaciones; existía también una versión portátil, otra 'paraguas del silencio' e incluso en algún capítulo los protagonistas se encerraron en un 'guardarropa del silencio'. El invento solía acabar malfuncionando contra sus usuarios.

Mucho han cambiado las cosas. Que nada impida hoy airear nuestra visión pesimista de la realidad. Hasta que lleguen los nuestros; o hasta que los otros con sus políticas ultras alimenten nuestras pilas semigastadas y decidamos hacer algo para impedirlo, quizá dentro de cuatro años.